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Reportaje: Tatiana Fernández Santos
Ilustración: Amparo Guindon
Eva es una joven de la provincia de Río Negro que decidió interumpir un embarazo en pandemia. A diferencia de otros casos, como el de su propia hermana, Eva estuvo acompañada por el sistema público de salud y por sus seres queridos y el acceso al derecho de la Interrupción Legal del Embarazo fue garantizado.
*Todos los nombres de este artículo fueron modificados para preservar la privacidad de las personas involucradas en la historia.
Eva ordenaba su casa cuando encontró el prospecto de la píldora anticonceptiva de emergencia que había tomado unas semanas atrás. Se puso pálida al leer que si tomás la pastilla y la menstruación se retrasa más de 5 días de la fecha esperada, es necesario hacer una prueba de embarazo o consultar a un médico.
Habló con sus hermanas, fue a la farmacia, compró lo que necesitaba y se dirigió a la casa de Sofi que la esperaba junto a Male. Las tres coincidieron en que Eva tenía que hacerse la prueba para dejar las preocupaciones de lado y quedarse tranquila de una vez. Pero Eva salió del baño con las manos temblorosas y con lágrimas gruesas que brotaban de sus ojos. El test había dado positivo. No lo dudó un minuto. Sus hermanas la abrazaron y tampoco pudieron contener la angustia. Eva no quería ser madre, al menos no a los 22 años.
Si pese a tomar la pastilla de anticoncepción de emergencia hay un retraso de la menstruación, lo mejor es hacer una consulta médica o llamar al 0800-222-3444 para más información.
Sofi y Male comenzaron a mandar mensajes para ver quién las podría ayudar hasta que dieron con una médica que además había sido parte de las Socorristas en Red, activistas feministas por el acceso al aborto legal seguro y gratuito. De inmediato la médica se contactó con Eva para que fuera al Hospital de Área de El Bolsón a las 9 de la mañana del día siguiente, que allí la esperaría la doctora Medina.
Lo que tanto temía Male, la hermana del medio, sucedió. Ella no quería que otra persona cercana pasara por lo que ella pasó. Menos su hermana menor. Ahora eran las tres las que en algún momento de sus vidas habían atravesado la decisión de ser madres o no serlo, pero sólo Sofía, la mayor de las hermanas, tuvo una nena.
Cuando Malena tenía 17 años también se enteró que transitaba un embarazo no deseado. Tanto Eva como su hermana abortaron, con experiencias muy diferentes.
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Al día siguiente del test de embarazo, Eva despertó temprano en su casa, se duchó y fue a la guardia del hospital. En la mesa de entrada preguntó por la doctora Medina y la hicieron pasar a un consultorio sin hacerla esperar. Hasta el momento en que dimensionó que los barbijos solo le permitían hacer contacto visual con la profesional, quien además estaba cubierta por una máscara de plástico transparente, Eva había olvidado el contexto de emergencia sanitaria en el que la provincia, el país y el mundo se encontraban.
— Estoy embarazada y no lo quiero tener. Necesito abortar – le expresó a la médica.
El protocolo institucional de Interrupción Legal del Embarazo (ILE) se había iniciado. Medina le informó con detalle en qué consiste la ILE, le solicitó datos personales, conocer su situación habitacional y la afectación que el embarazo podría producir sobre la salud integral de Eva, indagó si la joven tenía redes de contención, le pidió que firme un consentimiento informado y le ordenó estudios de laboratorio y una ecografía.
Finalmente, Medina decidió derivarla con Pamela, una colega que trabaja en un Centro de Salud cercano a la casa de Eva. Pamela la acompañó desde el principio y le confió su número de WhatsApp. Además, le insistió para que le escriba en cualquier momento que necesitara.
Eva pensaba que estaba embarazada de 4 semanas, pero cuando se realizó la ecografía descubrió que estaba de 6 semanas y media. El ecografista sabía que ella iba a abortar y Eva tenía miedo de que la invitara a mirar su útero en el monitor mientras le hacía el estudio. Pero eso no sucedió.
— Es tu derecho, si vos lo querés hacer, lo hacés y punto – le recordó una persona del centro de salud.
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Eva tiene 22 años. Vive en El Bolsón, una ciudad pequeña rodeada por montañas al suroeste de la provincia de Río Negro y que limita con la provincia de Chubut. El Bolsón forma parte de la Comarca Andina del Paralelo 42, un grupo de pueblos, ciudades y parajes rurales que están ubicados en el noroeste de Chubut y en el suroeste de Río Negro. Este territorio abarca cerca de 120 kilómetros de longitud y 50 kilómetros de ancho.
En esta región trabajan las Socorristas en Red de la Comarca Andina que se organizan para brindar información a personas que deciden abortar, para que lo hagan de manera segura, acompañada y cuidada. Articulan junto al servicio de salud pública de las localidades de la Comarca de Río Negro y de Chubut, ya que ambas provincias cuentan con protocolo de Interrupción Legal del Embarazo (ILE).
Asimismo, en el Hospital de Área de El Bolsón funciona un consultorio de Salud Sexual Integral, un espacio en el que se brinda información sobre métodos anticonceptivos, se atienden consultas ginecológicas y se garantiza el acceso al derecho a la ILE. Este espacio comenzó a consolidarse en el 2011 y quienes lo sostienen fueron adoptando distintas estrategias, ya que el servicio de gineco-obstetricia del hospital se declara en su totalidad como objetor de conciencia.
La provincia de Río Negro reglamentó en el año 2016 la Ley Provincial N° 4.796 que tiene por objeto la regulación y el control de la Atención Sanitaria en casos de Abortos No Punibles. A partir de este marco legal y de los reclamos de las organizaciones que apoyaban la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito, se comenzó a construir en 2017 un protocolo institucional interno en el Hospital de Área de El Bolsón.
El equipo interdisciplinario que conforma el consultorio ILE cuenta con una parte médica, en su mayoría médicas generalistas, una pediatra especializada en adolescencia, la residencia de medicina general, el servicio de salud mental comunitaria, el servicio social y la única ginecóloga que no es objetora de conciencia del hospital.
Desde el servicio de Salud Sexual Integral se trabaja de acuerdo a las necesidades de cada persona que consulta y a las complejidades de cada historia. Este abordaje se extiende además a todos los Centros de Atención Primaria, de la zona urbana y rural, que dependen del hospital. Según testimonios de quienes integran este consultorio, se han descubierto diferentes situaciones de violencia de género y se han generado estrategias para que las personas puedan acceder a métodos anticonceptivos y a ILEs con el resguardo de su identidad. Esto fue garantizado a raíz del trabajo interdisciplinario del equipo.
Entre marzo y junio de 2020, las Socorristas en Red realizaron 246 acompañamientos de ILE en la Provincia de Río Negro. En la región de la Comarca Andina tienen sistematizados 49 acompañamientos en ese mismo lapso para interrumpir embarazos no deseados. Estos números no contemplan las ILEs realizadas en los hospitales y centros de salud de la zona sin que la organización feminista actúe de intermediaria.
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Eva tiene la tez pálida y esa palidez se ve intensificada por la anemia que padece en este momento. Sus ojos son color verde claro, pero con la iluminación pueden verse casi celestes, su mirada es transparente. Tiene pelo lacio, largo, entre rubio y castaño claro. Es alta y tiene una risa contagiosa. Cuando habla te mira a los ojos y al contar su experiencia lo hace con la firmeza y la ternura de quien puede resignificar la historia que le tocó y que pudo elegir cómo vivir. A cada reflexión que hace le sigue un silencio o una risa. Para ella, el acompañamiento que tuvo de sus hermanas, de sus amigas y de las médicas fue amoroso. Male usa la misma palabra para referirse a la experiencia de su hermana menor : «Me hubiera gustado que mi acompañamiento fuera tan amoroso como el de Eva».
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Eva se acercó a la casita con las paredes exteriores pintadas de un verde agua intenso que contrastaba con el fondo blanco y azul de un cerro invernal, atravesó la puerta de madera de donde colgaban carteles con indicaciones de los protocolos de prevención de coronavirus escritos con fibrón, caminó los pocos metros que dividían la entrada de la ventanilla de recepción y consultó por la médica que la acompañaría desde ese momento.
Cuando conoció a Pamela estaba nerviosa, pero enseguida se sintió cómoda. La calidez en la atención por parte de la médica, una atención empática y con un interés real por conocer de manera integral la situación de quien acudía por su ayuda, generó que en poco tiempo Pamela pasara a ser Pame. La médica le explicó, como ya había hecho la doctora Medina, lo que implicaba el proceso para interrumpir el embarazo y además le habló de los métodos anticonceptivos hormonales y no hormonales que podría utilizar más adelante.
Entre marzo y mayo de 2020, el Ministerio de Salud de la provincia de Río Negro entregó 41647 anticonceptivos hormonales, sólo un 32% de la cantidad de insumos que entregó en el mismo período de 2019. En cuanto a los anticonceptivos no hormonales, se entregó un 4,2 % menos en pandemia.
Días después, Eva regresó a ver a Pame, esta vez con la ecografía en mano. Llegó al Centro de Salud, le envió un mensaje por WhatsApp y la médica la invitó a entrar al consultorio apenas se desocupó. Tras estudiar la ecografía, la doctora definió esperar a la séptima semana para llevar adelante la interrupción del embarazo. Tres días después, Eva regresó a la salita para que su médica confidente le colocara la primera dosis de Misoprostol.
Según la Organización Mundial de la Salud y La Federación Latinoamericana de Sociedades de Obstetricia y Ginecología (FLASOG), se estima que la efectividad del Misoprostol para interrumpir el embarazo es cercana al 90%. En esta línea, el protocolo institucional del HAEB sugiere hasta las 12 semanas un tratamiento ambulatorio y farmacológico. Pero si quien necesita acceder a una ILE no cuenta con una persona cercana que la pueda acompañar o no tiene recursos para llegar a la guardia en caso de ser necesario, se ofrece una internación en el hospital para que el acompañamiento sea desde el sistema público de salud.
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Tras aplicarse la primera dosis un viernes de julio a las 3 de la tarde, Eva fue a la casa de su hermana mayor. Si bien Eva le había expresado a la médica que quería estar sola, Pamela le insistió para que permaneciera en compañía y le recordó que podía pedirle a quien estuviera con ella que se retire cuando ella lo desee.
Transcurrió una hora y media desde que Eva había dejado el Centro de Salud hasta que empezó a sentir las contracciones, tuvo náuseas y un dolor punzante en la espalda. Permaneció recostada en la cama por un rato, retorcida por los espasmos. Pero Sofi estaba a su lado, la mimaba y le hacía masajes en el lugar exacto que la calmaba.
A pesar de que su madre le había expresado en distintas ocasiones que los periodos en los que estuvo embarazada fueron los más felices de su vida, a Eva no la desbordaba la felicidad sino la angustia.
Después de tomar un analgésico y un Reliverán indicado para la falta de calcio y vitamina D3, las molestias disminuyeron, pero el pensamiento de que parir debía ser muy doloroso no se le borró de la cabeza. Cerraba los ojos, respiraba profundo y el horror que le causaba la idea de traer un hijo o una hija al mundo sin amor, la seguridad de su decisión y la contención de sus hermanas la ayudaban a resistir las molestias.
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Al día siguiente, Eva se levantó llena de energía, estaba tranquila. Preparó unos mates con coco y miel, puso música y mientras desayunaba la invadió la necesidad de conectarse con la naturaleza.
– ¿Che, me puedo ir a la montaña a caminar? – le escribió por WhatsApp a Pame.
– No, tenés que descansar – le respondió la médica.
– Pero si yo me siento excelente – replicó Eva.
Al final optó por seguir las indicaciones de la profesional y si bien no realizó una caminata de horas cuesta arriba por los cordones montañosos que rodean a El Bolsón, salió a caminar por la ciudad, a respirar el aire fresco y a disfrutar de las caricias del sol de invierno sobre su cara. Eva se sentía aliviada, se sentía bien, había estado acompañada. No podía creer que el día anterior había pasado por dolores tan fuertes.
Pero al día siguiente volvieron dolores que duraron una semana. Sentía la panza muy hinchada y comenzó a tener complejos con su cuerpo, se sentía horrible. Por más que sus seres queridos le recordaran que era la misma, que era hermosa, le cocinaran, la acompañaran, ella veía su vientre hinchado, sentía su cuerpo cansado, la blancura iba ganando terreno en su rostro y sus ojeras se hacían más profundas.
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El padre de Eva y Male es pastor y ellas crecieron muy ligadas a la Iglesia Evangélica. Ambas hermanas aseguran que esto las hizo atravesar culpas, ideas de infierno, de pecado y transitar malestares emocionales que debieron trabajar con el tiempo, cada una a su manera.
Si bien Male es dos años mayor que Eva, su contextura física es más pequeña, su pelo es castaño oscuro, corto y ondulado y sus ojos verdes son curiosos. Su forma de moverse y de hablar es suave y está atenta a lo que le sucede a las personas que la rodean. Como en todo vínculo de hermanas, pueden existir tensiones, pero el amor con el que hablan una de la otra se refleja en el brillo de los ojos de ambas.
En 2014, Male vivía en Trevelin, un pueblo de la provincia de Chubut, asistía a la escuela secundaria y vivía con su hermano mayor, Pedro, cuando descubrió que estaba embarazada. Hasta el instante en el que tuvo el resultado positivo del test en sus manos y supo que no había manera de seguir con ese embarazo, se oponía a la idea de abortar y a que cualquier otra persona aborte.
A diferencia de la interrupción del embarazo de Eva, Male no tuvo la contención de sus hermanas ni de sus amigas. Tampoco sabrían todo lo que ella tuvo que atravesar hasta 4 años después. Quienes estuvieron con ella en ese momento fueron su hermano y su novio. Jamás cuestionaron su decisión, pero Male duda de que pudieran entender por lo que ella pasaba.
La respuesta que le dio el ginecólogo al que le rogó ayuda para interrumpir su embarazo fue echarla del consultorio. Entonces Male acudió a un ecografista, al que le pidió entre lágrimas de desesperación que por favor la ayudara. El especialista le recomendó consultar con otro médico que quizás la podría guiar y que fue quien finalmente le recetó el misoprostol, pero sin darle indicaciones precisas de cómo realizar el aborto autogestionado.
Male estuvo un mes y medio con intentos de interrumpir su embarazo. No sabía cómo hacerlo, se colocaba una pastilla por noche, padeció contracciones dolorosas y cada día sangraba muy poco. No tenía la información que necesitaba y ninguna posibilidad de escribir a alguien por ayuda profesional. Sólo podía verlos con turnos programados y tal vez pasaban semanas de incertidumbre. Male no tenía ninguna amiga que la entienda, ninguna hermana que la abrace, ninguna red que la acompañe.
No importa cómo ni con qué método, pero ella ya lo había decidido y estaba dispuesta a intentar cualquier cosa con tal de terminar con esa gestación. La interrupción con pastillas no funcionó y un día después de cumplir 18 años, ya sin necesidad de que su padre o su madre le firmaran una autorización y con la ayuda de una persona que trabajaba en el sector salud que hizo pasar su gestación como un embarazo anembrionado –un saco gestacional sin embrión–, a Male le practicaron un legrado –método quirúrgico utilizado para terminar con un embarazo– en una clínica privada de Esquel.
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Seis años después, la hermana menor de Male pudo interrumpir legalmente su embarazo en el sistema público de salud, durante la misma semana en que decidió hacerlo. A los 10 días de la ILE, Eva se hizo una ecografía de control. Todo había salido bien y como Eva no tiene obra social, el Hospital de Área de El Bolsón garantizó la gratuidad de todos los medicamentos y estudios.
En el marco del acompañamiento post ILE, Pamela se comunicó con Eva para que se acercara al Centro de Salud a recibir el método anticonceptivo que ella había elegido: la inyección anticonceptiva. Fue también quien al ver a Eva tan pálida le ordenó estudios de laboratorio y le facilitó las pastillas de hierro para la anemia. Además, es la médica la que la espera para realizarse los estudios ginecológicos de chequeo anuales.
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Cuando Male y Eva piensan en la educación sexual que tuvieron, ambas están de acuerdo en que fue muy pobre, sólo les enseñaron a ponerle un preservativo a un palo fálico. En sus escuelas secundarias no se habló de consentimiento, no se habló de respeto, no se habló de placer, no se habló de relaciones diversas, no se habló de todos los métodos anticonceptivos entre los que se puede optar ni tampoco se habló de opciones al transitar un embarazo no deseado.
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Lola -una de las amigas más cercanas de Eva- la visitó unas semanas después de la interrupción del embarazo y, mientras sonaba Paulo Londra de fondo y preparaban una merienda para salir al patio a disfrutar de la primavera patagónica que tiñe los cerezos de rosa y las retamas de amarillo, le preguntó cómo se había sentido.
– Fue una buena decisión y me siento bien, la verdad… Agradecida, me siento súper agradecida. – respondió Eva.
– Wow, no puedo creer que me digas esto, ¡y después de abortar! – Le contestó su amiga sorprendida.
– Sí, es que me siento súper agradecida. Para mí fue un aborto súper amoroso, súper acompañado, bien hecho, con gente que sabía. No me forrearon en el hospital por ser una persona que quería abortar, en ningún momento. Todavía tengo el WhatsApp de la médica por si necesito preguntarle cosas -aseguraba Eva mientras se cebaba un mate.
— ¡Qué bien escuchar esto, chabona! ¡Que hayas tenido que pasar por todo esto y puedas vivirlo así! Muchas otras no corren la misma suerte – le recordó Lola.
—Lo que más sorpresa me causó fue la compañía médica. La presencia de la médica, boluda, no puedo creer que Pame haya estado tan presente. Porque yo sé que no era la única que estaba abortando, ¿entendés? En el mismo momento, andá a saber con cuantas más estaba la chabona.
Eva continúo su reflexión, sorprendida de su propia experiencia.
– Tuve mucho acompañamiento femenino. Mis amigas, mis hermanas, las médicas. Compañía siempre tuve, no me faltó para nada. No me sentí sola en ningún momento, ni asustada de no tener con quien contar. Tremendo ese aguante de las minas.