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El ejercicio de la libertad

Reportaje: Laura Charro

Ilustración: Amparo Guindon

Gina Picazzo Mattiuz es socorrista feminista en Las AnaMaría. Acompaña, asesora y cuida a mujeres y personas gestantes que deciden abortar.

La decisión de socorrer como elección de vida, militancia y trabajo cotidiano, Gina Picazzo Mattiuz la lleva a cabo en Santa Fe, su ciudad natal. Forma parte del equipo del Centro de salud “Evita” y del espacio de socorrismo feminista Las AnaMaría, una de las cuatro redes activas en la ciudad para acompañar, asesorar y cuidar a mujeres y personas gestantes que toman la decisión de interrumpir un embarazo no deseado. El aborto no está en cuarentena y tampoco la tarea feminista de garantizar el acceso a derechos.

Gina tiene treinta años y la mayor parte de su vida transcurrió en Colastiné Norte, un barrio periférico de la ciudad de Santa Fe, en el distrito Costa. Cerca pasa el río Colastiné, un brazo que se desprende del gran río Paraná. Hoy transcurre sus días al otro lado de la laguna Setúbal, que también forma la geografía litoraleña, donde se despliega la centralidad de la capital de la provincia. Allí estudió trabajo social y comenzó su militancia política. Allí está el Centro de Salud Evita, en el barrio Alfonso, donde trabaja diariamente y, también, están sus amigas y compañeras socorristas feministas.

Desde aquel 20 de marzo –cuando comenzó a regir la disposición nacional de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) por la COVID 19– a la actualidad, Gina acompañó aproximadamente diez abortos. “En el día a día no me voy dando cuenta porque en un mes quizás estoy con cuatro o cinco situaciones y en el otro mes solo una y estoy más tranqui; o quizás esa sola es más heavy que todas las otras”, dice Gina, mientras toma mate frente a la computadora, con la templanza de quien conoce su trabajo y lo que implica poner el cuerpo, socorrer y exigir al Estado, aún en pandemia, los recursos necesarios para garantizar el derecho a la salud integral.

Según la organización nacional Socorristas en Red (feministas que abortamos) y otras organizaciones feministas hubo 6177 acompañamientos en el período marzo a junio de 2020, aunque no todos los procesos terminaron en una interrupción del embarazo.

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“Trabajo en el Centro de salud desde el 2017. Llegué con mi pañuelo verde a romper un poco todo. Hubo un desarme de equipo cuando se empezó a formar la consejería porque algunes, sin decirlo, no querían trabajar con una abortera. Sin embargo, se armó un espacio donde pudimos darle respuesta a un montón de personas porque, más allá de las Interrupciones Legales del Embarazo (ILE), llegaban muchos pibes y pibas jóvenes para consultar por métodos anticonceptivos”, cuenta y agrega que “ahora la consejería no está funcionando porque el equipo se desmembró. La médica generalista estuvo sola con las atenciones de este año. Además, como el equipo no tiene lugar físico por las remodelaciones que se están haciendo actualmente en el Centro de salud, la profesional se tuvo que trasladar a atender temas de la COVID-19 a la vecinal del barrio”. 

Socorrista por el derecho a decidir 

La experiencia militante de Gina comenzó desde niña y estuvo vinculada a la política partidaria. Más tarde, en su paso por la facultad, mientras cursaba la carrera de trabajo social empezó “a ver las cosas desde otro lugar y desde una perspectiva de género”.

De los Encuentros Nacionales de Mujeres (hoy Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries) no se vuelve igual a como se llega. Miles de historias lo confirman y Gina también tiene la suya, en el encuentro de 2015, en Mar del Plata: “fue ahí el primer punto de acercamiento al socorrismo. Si bien yo sabía que existían las líneas socorristas y cómo funcionaban. Son imágenes muy grabadas. Fue decir: ‘bueno ¿qué estamos haciendo acá? Mucho no estamos haciendo’. A los meses del Encuentro y de volver con esa manija, una de las compañeras que había pensado en armar acá un espacio de socorrismo se venía juntando con la Multisectorial de Mujeres de Santa Fe y junto con otra compañera empezaron a armar Las AnaMaría. Ahí empezamos a reunirnos, algunas ya nos conocíamos por militancia de otros espacios, éramos amigas. Empezamos un grupo de cinco o seis pibas y nos formamos en esto de ser socorrista y cómo hacerlo en el contexto de Santa Fe”.

Las AnaMaría llevan en su nombre una historia emblemática de injusticia y de lucha que dejó una marca en la provincia y es la memoria de lo que no puede ni debe volver a pasar. “La decisión de llamarnos las AnaMaría, por Ana María Acevedo, nos representa un montón. Donde la mataron, porque no le permitieron hacerse la ILE, fue acá, en el Hospital Iturraspe”. 

Ana María Acevedo era una joven de 20 años, oriunda de Vera, una pequeña localidad a 250 kilómetros al norte de Santa Fe. Tenía tres hijos y era pobre. En el 2006 fue a atenderse al hospital de su localidad con un fuerte dolor de muela. Tras meses de tratamientos odontológicos fue derivada a la ciudad de Santa Fe, donde le detectaron un cáncer en el maxilar. El tratamiento oncológico nunca se inició porque estaba embarazada, y los médicos tratantes priorizaron que la quimioterapia está contraindicada para la salud del feto. Norma Cuevas, su mamá, deambuló por los Tribunales para reclamar un aborto terapéutico. La autorización nunca llegó. Le hicieron una cesárea con 22 semanas de gestación y nació una criatura que vivió unas pocas horas. Para entonces, la salud de Ana María estaba muy deteriorada. Poco después entró en coma farmacológico y murió el 17 de mayo del 2007, injustamente y sin derechos.

Esta historia movilizó a Gina y a sus compañeras a elegir el nombre de Ana María como sello identitario: “le preguntamos a Norma, su mamá. Nosotras no queremos llevar su nombre desde la tristeza, sino conmemorarla como corresponde, que su nombre siga siendo de lucha y reivindicarla desde ahí”.

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Las AnaMaría realizan una militancia comprometida todo el año y sin descanso. “Nuestra línea es pública, atiende la compañera que esté de guardia y, en un contexto no pandémico, hacemos una reunión en alguna plaza. Nos dimos cuenta de que las reuniones grupales eran mucho mejores, que había un lazo muy bueno que se formaba entre las mismas personas que iban. Vimos cosas muy hermosas que sucedieron en esos encuentros como que vaya una piba acompañada de una amiga que ya habíamos acompañado y que ella también le cuente la experiencia, cómo la acompañamos, qué le sirvió a ella. O que a otras que venían de lugares más lejanos, una compañera les ofreciera su departamento para no estar sola. Lazos muy hermosos gracias a los que dijimos es por acá. Con algunas seguimos en contacto muchas veces. Eso nos parece maravilloso”. 

En contexto de pandemia todo esto cambia y la metodología que utilizan Las AnaMaría para el acompañamiento es otra, ya que “solamente habla la guardia y quien está acompañando la llama si la chica necesita, o hacen llamadas virtuales, mensajes, depende de lo que elija. A veces son sólo mensajes, porque sus parejas no lo saben, así que son muy escuetos, para cuidarla. Lo que nos cuesta de la pandemia es no tener ese encuentro y que la otra persona nos pueda ver la cara y saber quiénes somos, más allá de una foto de WhatsApp o que pueda ver quién es la persona que la está acompañando”.

Acompañar situaciones de abortos requiere hacer y sostener redes. “Las articulaciones son en el Estado. Nuestra idea como AnaMarías es que el Estado debe garantizar”, subraya Gina. Los feminismos saben del valor de estas articulaciones, sobre todo, a la hora de exigir derechos que aún están en disputa de sentidos. “Las redes son importantísimas porque es más fácil pasar obstáculos y poder garantizar a la persona que pueda interrumpir el embarazo o llegar al lugar que necesite. Empieza a ser un capital de una como profesional y socorrista. Es el equipo del centro de salud el encargado de garantizar, no es negociable. Es su trabajo, nosotras como socorristas no somos empleadas del Estado”.

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Gina tiene un doble rol: como militante socorrista que demanda al Estado la garantía de derechos y como profesional de un centro de salud que articula con otras áreas estatales. Lejos de parecerle una dicotomía, sabe que las situaciones complejas, en este contexto, se deben gestionar activando redes, moviendo recursos y voluntades. “En muchos casos, los centros de salud se niegan a realizar las prácticas o articular con otras áreas del Estado por desconocimiento. A veces hay que ser creativas para atender las situaciones, no queda otra”.

Aborto legal en el hospital

En Argentina, el aborto está despenalizado en caso de violación y riesgo de salud desde 1921. Recién en 2012, el Fallo F.A.L. de la Corte Suprema de Justicia de la Nación reafirmó esas causales y solicitó la elaboración de un protocolo para garantizar el acceso a los abortos legales y seguros en la salud pública y privada.

El Ministerio de Salud nacional lo hizo, pero sólo once provincias de la Argentina lo cumplen. La provincia de Santa Fe adhirió en 2013 y volvió a hacerlo en 2020 con el nuevo protocolo. Este funciona con un criterio de ampliación de derechos para mujeres y personas gestantes que entiende a la salud tal como lo establece la Organización Mundial de la Salud (OMS), en sus dimensiones física, mental-emocional y social. Además, la provincia cuenta, desde 2017, con la primera cátedra sobre aborto del país. La dicta la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), que lo define como un problema de salud pública y que puso a Santa Fe en la vanguardia sobre formación específica de la temática en una universidad pública.

Sin embargo, todo este contexto favorable que destaca a la provincia por sobre otras en materia de políticas públicas y garantía de derechos sexuales y reproductivos, se ve afectado por diversos factores: profesionales que aún se niegan a garantizar derechos por razones ideológicas, falta de recursos y problemas de saturación del sistema de salud por la pandemia de COVID-19.

Según fuentes cercanas al Ministerio de Salud de Santa Fe, la comparación entre el mes de febrero y el de septiembre de este año, arrojó como resultado un notable aumento en las consultas que llegaron a la Línea nacional de Salud Sexual (0800 222 3444) y el 90% de esas llamadas en la provincia de Santa Fe fueron "sobre situaciones de aborto". 

Como trabajadora social del centro de salud, Gina se enfrenta todos los días con médicos y médicas que no garantizan el derecho a las ILE y obstaculizan la práctica. “En estos contextos en que el personal de salud está precarizado, un montón de veces tuvimos que absorber las situaciones de otro centro, donde la médica que garantiza la práctica de ILE es una sola entre cinco médicos que no lo hacen. Sumado a eso, nuestra médica hace de todo, ahora también hace hisopados, y como el centro de salud es muy chico se hacen en la vecinal del barrio. En este contexto, es ir haciendo malabares: yo me encargo de gestionar las ecografías, dependiendo de la semana, calculamos para que la persona pase sólo a buscar la orden y la primera vez ya la vea la médica y yo en conjunto, con la eco en mano”. El resto del equipo, como las enfermeras, “ninguna garantiza (la práctica de ILE) pero tampoco ponen obstáculos y eso ya es un montón.”

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Otra dificultad es que las historias más complejas se tienen que derivar a Rosario, la ciudad más poblada de la provincia, distante 170 kilómetros de Santa Fe. Los grandes hospitales de la ciudad, como el Iturraspe y el Cullen, no garantizan las ILE. “Nuestro gran problema siempre fue el tercer nivel de atención. Porque en un segundo nivel tenemos el Hospital Protomédico que está en la ciudad de Recreo, que es cercano y que siempre garantiza. El tema es cuando vienen de semanas muy avanzadas. Hasta el año pasado venía un médico de Rosario a poder hacerlo. Hoy eso no se está garantizando, así que se deriva a Rosario. En este contexto, lo difícil para la persona que se tiene que realizar la ILE allá es que no puede ir acompañada. Va sola.”

Salud integral, salud feminista

Gina habla de una salud feminista. Un concepto ampliado de salud que no solo abarca aquel definido por la OMS sino también uno que incluye la mirada interseccional, capaz de visibilizar y desnaturalizar las diferentes opresiones que se entremezclan y se corporizan en las personas, sobre todo en las mujeres e identidades de género diversas del barrio.

“Son las mujeres las que van al centro de salud, los hombres no aparecen. Eso también es parte de poder ver la salud. No es menor que sean siempre las mujeres las que van y retiran los preservativos, son muy pocos los hombres que lo hacen. No es menor que muchas mujeres vayan y sus parejas no sepan que se colocan un inyectable. Tiene que ver con cómo nos atraviesa el patriarcado. Siempre es una mujer la que se encarga de los cuidados y de la salud.”

Salud feminista también es sumar alianzas para garantizar derechos. Gina relata una situación vivida en uno de los últimos abortos que acompañó desde Las AnaMaría, durante los meses de pandemia: se contactó “una chica que estaba de muy pocas semanas, muy ansiosa. La acompañé a un centro de salud y le tocó una médica que trabajó un tiempo conmigo. Le pregunté (a la médica) si iba a garantizar la ILE, me dijo que sí, que ella estaba en un proceso de ir informándose y que había acompañado solamente un caso. Le pregunté también si quería que la sumemos en el recursero de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, me dijo que no quería que esté su número, pero sí el del centro de salud y sus horarios de trabajo; que yo le hiciera de nexo con las chicas. Fue muy bueno porque ganamos una médica y la fuimos acompañando bastante en conjunto. La chica que se había contactado pudo resolver su situación. En realidad, la que más agradeció y dijo que aprendió un montón fue la médica. Me parece que eso fue muy hermoso. Las pibas siempre están agradecidas y comparten cosas lindas, pero esta vez fue una médica. Vamos ganando de a poquito espacios y personas piolas que después puedan garantizar.” 

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A la pregunta de cómo atraviesa este contexto actual, la respuesta de Gina es contundente: con contradicciones. “A veces digo: quiero luchar y romper todo, no me importa nada. Y, otras veces, estoy rota por romper todo el tiempo, porque también es desgastante. Por momentos pienso: que hagan lo que quieran y después digo: no, yo voy a seguir acá. Cuando me encuentro con situaciones complejas y una piba me dice ´menos mal que apareciste´, ahí pienso que por lo menos algo pudimos hacer, pudimos garantizar el derecho de esa persona y que se cumpla; y para ella es un montón, es lo que vale.”

El socorrismo es cuidado político y feminista. Quienes cuidan también necesitan ser cuidadas y eso forma parte de las dinámicas colectivas de Las AnaMaría: “nos cuidamos entre nosotras. Cuando alguna no puede estar acompañando por cuestiones personales, porque no se siente bien o lo que sea; lo plantea, lo dice y está todo bien. Yo, por ejemplo, tengo la libertad de que muchas veces estoy acompañando a una sola persona por las Socorristas porque estoy con dos, tres o una complicada del centro de salud. También lo hablamos. Cuando la compañera no puede ponerse sola el límite de eso, hay que poder decirlo. Nos acompañamos entre nosotras, es el cuidado que más siento”.

Recordá que si necesitás información, tenés dudas o considerás que tus derechos sexuales o reproductivos han sido vulnerados podés comunicarte al 0800-222-3444 en todo el país.