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¿Por qué te embarazaste si sos varón?

Reportaje: Emiliana Cortona

Ilustración: Amparo Guindon

Mujeres cis, varones trans, transmasculinidades y no binaries deciden interrumpir embarazos no deseados. Cada experiencia es única. Esta es la historia de alguien que eligió su nombre, luchó por su identidad y en pandemia decidió abortar.

Sentado en el living de su novio, con manos sudadas, marca el teléfono que encontró en internet. “Hola, mi nombre es Tadeo”, habla, titubeante. Hace un mes se decretó la cuarentena. La ciudad está en silencio. Afuera, el viento patagónico no perdona. Le tiembla el cuerpo. A sus 24 años está a punto de decir las palabras que le darán un vuelco a su vida: “estoy embarazado”. 

Hace días que Tadeo se siente mal, tiene náuseas y calambres en la zona del útero. El sábado tuvo que darle la noticia a su pareja. “Gordo”, se sentó en la cama y lo movió para despertarlo, “me dio positivo”. Con el test en mano, llanto y voz cortada se confesaron: “no quiero ni puedo tenerlo”. Su pareja bajó la cabeza: “yo tampoco”. 

Pintada callejera en reclamo por la aprobación de la Ley de interrupción voluntaria del Embarazo en paredes del centro de Neuquén.
Foto: Emiliana Cortona
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En la familia de Tadeo, el historial de abortos convive con el hermetismo. Su madre y su abuela abortaron, pero hablar de eso está prohibido. Tadeo y su pareja, en cambio, decidieron compartirlo, no a la familia, sino a dos amigos. En tiempos de pandemia, la contención fue a través  de WhatsApp: “Tranqui, va a salir todo bien”, los consolaron. 

Tadeo es en la música como en la vida: intenta no encasillarse. Escucha desde metal hasta el Hip Hop de Lil Supa. Cuando pase la pandemia, lo primero que quiere hacer es terminar el secundario y después ser maestro integrador. Con su pareja, además, son socios. Venden berenjenas en escabeche y pan casero. Toman pedidos, cocinan y reparten. Esas son las únicas salidas que hacen en plena cuarentena. 

Cuando se habla de aborto, es común que se asocie con mujeres cis. Es decir, con mujeres cuya identidad de género – lo que cada una percibe respecto a su propio género – concuerda con el asignado al nacer por instituciones médicas, estatales y  familiares. Ser trans, en cambio, implica que el género autopercibido no coincida con el asignado al nacer. 

Cuando una masculinidad trans quiere abortar – cuenta Benjamín Génova, referente de Varones Trans de Neuquén y Río Negro –, se encuentra siempre con la misma pregunta: “¿Por qué te embarazaste si vos sos un varón?”. “Esta sociedad es muy binaria”, explica, “o sos varón o sos mujer. Si sos varón te cae el mandato de cortarte el pelo corto, hablar de forma determinada y que te gusten las mujeres cis. Si sos mujer te tienen que gustar los varones”.  Pero lejos de ese binarismo, repone Benjamín, el tener útero y ovarios o ser varón trans está lejos de que te tengan que gustar mujeres cis. “A las masculinidades trans nos pueden gustar varones cis, mujeres trans o no binaries”. Por eso, enfatiza: “Los varones trans también abortamos”. 

En Neuquén, el acceso a la interrupción del embarazo se reclama hace años. La primera actividad que se hizo a favor del derecho al aborto – recoge Julia Burton – data de 1993, cuando la ONG Mujeres por el Derecho a Elegir realizó un taller sobre derechos sexuales y reproductivos. Con el empuje de los feminismos y de su articulación con el Estado, en 1997 Neuquén fue una de las primeras provincias del país en sancionar una Ley de Salud Sexual y Reproductiva. 

Hoy es una de las pocas que no adhirió al protocolo nacional de atención integral de personas con derecho a la interrupción legal del embarazo (ILE), pero tiene uno propio. Se aprobó en enero de 2020, cinco años después del publicado por el Ministerio de Salud de la Nación. Organizaciones feministas locales señalan que el protocolo provincial es restrictivo porque estipula, a diferencia del nacional, un límite de edad gestacional de 22 semanas para el acceso a la ILE. 

Según datos del Ministerio de Salud de la provincia, durante marzo, abril y mayo de este año en Neuquén se practicaron tres interrupciones legales del embarazo por día. En total, fueron 269. En comparación con el mismo periodo del año pasado, cuando se registraron 72 abortos, la cifra casi se cuadruplicó.

Las Socorristas en Red – colectivas de feministas que acompañan a quienes deciden interrumpir su embarazo – llevan su propio informe. En el primer semestre del 2020, acompañaron en la provincia a 648 personas. Por tanto, en promedio, desde el 1 de enero hasta el 30 de junio, acompañaron en Neuquén, para que sean seguros y cuidados, entre 3 y 4 abortos por día. 

Pintada callejera en Neuquén que expresa: “Lxs trans también abortamos”.
Foto: Emiliana Cortona
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Tadeo tiene pelo largo y ojos marrones. La parte del cuerpo que más le gusta es su panza, después de años de odiarla, la reconvirtió en algo que, ahora, lo enaltece. Lo mismo le pasó con sus tetas. No las tiene operadas, ni piensa hacerlo. Su barba – tres pelos que crecen bajo el mentón –, también le  enorgullece. Desde chico odió depilarse y, ahora, no hacerlo le resulta empoderante. 

A los 20 se acercó al feminismo, que le abrió una puerta impensada: empezó a cuestionar todo, incluso su propio ser.  Se dio cuenta de que lo masculino le atraía. Le gustaba la estética, la ropa y  los pelos en el cuerpo. Al principio, no supo diferenciar si le gustaba o si quería ser eso. Un día, le brotó una pregunta mientras fumaba sentado en el cordón cuneta con quien era su novia. “¿Vos siempre te sentiste mujer?”. “¿Cómo?”, sorprendida, ella le contestó. “No es fijo, pero yo a veces me siento varón”. Esa tarde supo que debía barajar y dar de nuevo. 

Tadeo no sabía que existían los varones trans. “Siempre que me decían trans”, confiesa, “pensaba en la vedette argentina Florencia de la V”. Un conocido le contó que hacía poco habían operado en el hospital a un varón trans. “¿A un qué?” preguntó sorprendido,  “guau, eso existe…” pensó. 

Cuando le contó a su familia que quería que lo llamaran Tadeo, no recibió las respuestas que esperaba. Su abuela se enojó: “Ojalá que no puedas operarte ni cambiar el documento”, le dijo, “al menos mientras yo viva”. Con su papá discutieron. Vivieron en la misma casa durante dos años sin hablarse. Con el paso del tiempo, el padre le confesó que en realidad no estaba enfadado, sino que tenía miedo de que sufriera.  

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Neuquén cuenta con un Consultorio Inclusivo de Salud Integral para Personas LGTTBIQ+, un consultorio Transgénero (en el área de Endocrinología) y un consultorio inclusivo de niños, niñas, y adolescentes trans e intersex llamado Identidades. “Todo esto lo logramos”, dice Benjamín Génova, “porque las organizaciones demandamos y luchamos. Y del otro lado”, reconoce, “existió la voluntad política de hacerlo”. 

Pero en la práctica estos dispositivos no siempre funcionan. “La gente y el sistema de salud piensa que nosotros solo queremos modificar nuestros cuerpos”, denuncia Benjamín. “Creen que queremos vernos como varones hegemónicos y nada más”. Y cuenta que una de las áreas que más les cuesta acceder es a la ginecológica, “hay mucho desconocimiento, los varones trans tenemos que hacernos papanicolau, exámenes de HPV y controles anuales”. 

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Era sábado y Tadeo se fijó en las redes sociales: los domingos La Revuelta Colectiva Feminista – grupo que acompaña en Neuquén a quienes desean interrumpir su embarazo – no atiende. Tuvo que esperar hasta el lunes para llamar. Y eso fue lo primero que hizo por la mañana: “No quiero estar embarazado ¿qué hago? ¿Me pueden ayudar?”.

Neuquén es tierra de rebeliones. Es la provincia que vio nacer una de las primeras fábricas recuperadas del 2001. Es el lugar en el que se produjo el primer piquete del país y es también donde se revolucionó la forma de abortar. La Revuelta Colectiva Feminista – existía también la Línea Más Información Menos Riesgos de Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto – inauguró en 2010 una forma segura y amorosa de acompañar a toda persona que deseara interrumpir un embarazo. Después crearon Socorristas en Red y lo extendieron a todo el país. 

Yamila hace 2 años que forma parte de La Revuelta. El socorrismo le atraviesa la vida, las personas que la rodean saben que acompaña a otras a abortar. Papeles con anotaciones sobre la mesa, folletos con información ubicados de forma ordenada y visible, el resto de sus actividades en pausa. Concentrada en la comunicación que está a punto de iniciar, Yamila, celular en mano, mandó el primer mensaje: “¿Preferís videollamada o llamada sola?”. “Mejor llamada”, contestó Tadeo. Desde ese momento, Yamila se convirtió en su aliada, en su apoyo. 

Yamila nunca antes había acompañado a una masculinidad trans. Tuvo que informarse sobre si la hormonización influía o no en el proceso de aborto. También se sintió apoyada cuando supo que este no era un acompañamiento solo del socorrismo, sino que también intervenía el sistema público de salud. Y lo que más le gustó fue que la experiencia la hizo reflexionar: “Hay que dejar de monopolizar el aborto en mujeres cis heterosexuales, porque las lesbianas, los varones trans también abortan. Son cuerpos con capacidad de gestar y también son cuerpos con capacidad de abortar”.  

Antes de la pandemia, el encuentro entre socorristas y quienes desean abortar se hacía de forma presencial. Las socorristas le llaman “el taller”. “Es el momento más preciado para la red”, cuenta Ruth Zurbriggen, fundadora de La Revuelta Colectiva Feminista y del socorrismo en Argentina.  Algunas personas cuentan sus experiencias, otras sus miedos y otras solo se quedan calladas. 

Con la pandemia, esto se modificó. “No es lo mismo”, cuenta Ruth, “la virtualidad nos planteó nuevas exigencias”.  Y pone un ejemplo: “Si quien estás acompañando se larga a llorar de forma presencial, le podés acercar un caramelo o un vaso de agua. Pero cuando escuchás por teléfono que la otra persona está angustiada, hay que generar nuevas estrategias: videollamadas, caminatas telefónicas, una pausa y volver a llamar”. 

Las paredes de Neuquén son expresión de las luchas que se dan en las calles. Pintada en aerosol por el aborto legal.
Foto: Emiliana Cortona
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La tarde no estaba fría, pero por la noche se esperaba una mínima de 0 grados. Tadeo y su pareja caminaron al hospital Castro Rendón. No repararon ni en el silencio de la ciudad ni en el viento patagónico. Los dos temían que no los quisieran atender. 

Por protocolo de la COVID-19, Tadeo tuvo que entrar solo. Tomó fuerzas y encaró a la recepción.  “Me hice un test, me dio positivo y estoy con pérdida. Quiero ir a la guardia de ginecología”. La recepcionista no le creyó. “¿Cuánto te está bajando? ¿Cuántas toallitas estás usando?”. “No muchas”, contestó, “pero me duele”. La mujer insistió e intentó disuadirlo, “No es nada grave, no te preocupes”. Yamila lo había preparado y le había advertido lo que podía pasar. Para Tadeo, volver a su casa sin las pastillas de misoprostol no era una opción. Pero él tenía a su favor la llave que le abriría la puerta: “Me mandaron las chicas de La Revuelta”, dijo. Automáticamente, sin preguntar, sin cuestionar, de la boca de la recepcionista Tadeo escuchó: caminá hasta el final del pasillo, segundo piso.  

Lo que tiene distinto Neuquén de otras provincias, según explica Ruth Zurbriggen, es la combinación de: médicos y médicas que se plantan como garantistas de una atención humanizada – producto de su formación en términos de una salud comunitaria –, el empuje y demandas que hacen las feministas – en particular, las de La Revuelta – y el diálogo que lograron tejer. 

Hay médicos que les confiesan a La Revuelta que con ellas aprendieron a preguntar. Frente a un embarazo ya no felicitan a la embarazada, ahora, en cambio consultan: “¿Qué querés hacer con este embarazo? ¿Qué tenés pensado?”.  

El hospital Castro Rendón es uno de los más importantes de la provincia. El hall de entrada está remodelado y moderno. Luces cuadradas de led cuelgan del techo. Pero a medida que se avanza en los pasillos, la claridad y la modernidad se pierden. Decenas de sillas a los costados de los pasillos, carteles con indicaciones que abruman con información. El pasillo de ginecología es tan largo como el resto. Un cartel de las socorristas cuelga de una de las paredes. 

Sentado en una de las butacas, Tadeo esperó su turno. 

Hace tiempo estuvo en tratamiento de hormonización. Se colocó testosterona en gel durante un año y se inyectó cada tres semanas. Es por eso que su cintura ahora se ve menos definida. Y su voz suena más gruesa. Sus palmas son más anchas y los dedos más gordos. Pero el cambio que más le gusta es que creció dos centímetros y sumó un talle de zapatillas. Ahora mide 1,55 y calza 37. Le preocupa que ese tratamiento pueda interferir en este momento.

La ginecóloga lo tranquilizó de entrada. La hormonización no interfiere con el misoprostol. 

Ahora había que identificar de cuántas semanas era el embarazo. Una practicante – ¿o enfermera?, no le quedó claro – fue la encargada de hacerle la ecografía. 

Tadeo se acostó en la camilla, la chica le esparció gel en el vientre y en la pelvis “¿no te cuidaste?”, le preguntó. Tadeo la miró, intentó ocultarse en el tapabocas, “no me puedo hacer cargo de esta criatura”. La voz se le quebró, “ya tengo un hijo que tampoco puedo mantener”. “Podés cuidarte”, le dijo, con el transductor sobre el cuerpo de Tadeo, “podés usar preservativos o podés venir al hospital a buscar anticonceptivos”. Tadeo explotó en llanto. La mujer se dio cuenta y trató de tranquilizarlo:  “Va a salir todo bien, no te preocupes. Y para la próxima”, le dio un consejo, “podés tomar la pastilla del día después”. 

Como el embrión no se vio, tuvo que sacarse sangre para corroborar que estaba embarazado. Le esperaban los pasillos y escaleras del Castro Rendón. Camino al laboratorio, aprovechó y le mandó un audio de WhatsApp a su pareja. “Tranqui”, le contestó, “te espero con un chocolate para cuando salgas”. Lo primero que le preguntaron en el laboratorio fue su nombre. Tadeo. “¿Y por qué el trámite dice URGENTE?”. Entonces tuvo que contar que estaba preñado y que era trans. Se acordó todas las veces que en su vida tuvo que explicar qué significa ser trans. “¿Qué vas a hacer con el embarazo?”. Con desgaste, contestó: “No lo voy a tener”.

“Esto que estás haciendo está mal, en algún momento lo vas a tener que pagar”, le dijo la laboratorista: “Se llama karma”. Tadeo logró, como si fuese una radio, bajarle el volumen, e implementar esa técnica que siempre le da buenos resultados: cantar canciones en su mente. Con fade in entró: “Una noche en las calles de Lomas/ Sin puntos ni comas le dio por hablar/ Su lunar, su iglesia y su candombe”, la canción “Sonrisa”, de esa bandita que tanto le gusta La Gran Piñata. Vio cómo la mujer movía los labios, logró no escucharla, su mundo musical sonó más fuerte. Eso sí, volvió a escuchar cuando le dijo que vuelva al otro día a buscar los resultados. De camino a su casa pensó que si él no hubiese estado seguro de su decisión, si hubiese sido más chico, las palabras de esas mujeres lo hubiesen desestabilizado.

Llegó a su casa y a las dos horas lo llamaron del hospital. Era para avisarle que al otro día tenía que presentarse para hablar con una trabajadora social. Si hay algo que le gusta hacer a Tadeo es comer. Reclamó su chocolate, pero no le pudo dar bocado, las náuseas le impidieron ingerir cualquier comida. Con la panza vacía recurrió a Yamila, su socorrista: 

– Estoy angustiado, no puedo comer nada, me siento pésimo. 

– Es normal, ya falta menos, ponete contento, que pronto te vas a sentir aliviado. 

En las afueras del Hospital Castro Rendón, en Neuquén, una calcomanía pegada en el poste de luz. Conmemora  los 15 años de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito. 
Foto: Emiliana Cortona
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El encuentro con la trabajadora social fue por la mañana. Afuera el invierno se hacía sentir. Apenas llegó, ella le explicó que le preguntaría datos para rellenar el formulario de consentimiento de acceso a una interrupción legal del embarazo. Le dijo que era fácil, que no se preocupara. “Me sorprendió”, sonríe Tadeo, “todo el tiempo usó el artículo masculino”. Le preguntó edad, nombre y con quién vivía. La asistente social completó el formulario y releyó. Pero se detuvo en la parte que dice “Firma y aclaración de LA PACIENTE”. Tadeo la miró. La trabajadora tachó y con lapicera escribió “PERSONA GESTANTE”. Tadeo la volvió a mirar y, por dentro, estalló de alegría. Pensó en lo hermoso que siente cuando respetan la identidad, y firmó. 

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A las 4 de la tarde tenía turno para la ecografía. 

Tadeo se recostó y la doctora empezó con la trasvaginal. Pero se dio cuenta de que algo estaba mal. “La pantalla” preguntó Tadeo “¿no la podemos correr?”. “No”, le contestó la doctora, “no se puede” y le pidió disculpas. Le explicó que el monitor estaba pegado al aparato, y por eso no se podía modificar. Le volvió a pedir disculpas y le propuso que mire hacia la pared o que cierre los ojos. 

Tadeo intentó – aunque no pudo – evitar la pantalla y pensó que si en su situación iba alguien sin tener la decisión tomada de abortar, esas imágenes le podían afectar. Y en ese momento se dio cuenta de otra cosa: “¿Por qué figura el nombre de mi DNI?”, le preguntó. Le pareció extraño, porque en todos los registros del hospital figura con su nombre y género auto percibido. “Es un problema del sistema del hospital”, explicó la médica, “como es una ecografía trasvaginal, se toma a todos los pacientes como mujeres”. 

Tener una receta archivada y $6.082,93 para la caja de misoprostol – según cálculos de MISObservatorio para noviembre de este año – son las dos principales barreras de acceso al aborto en Argentina. Pero Tadeo no tuvo que sortear ninguna de las dos. Accedió a la medicación a través del hospital público. La misma ginecóloga de guardia le entregó la caja y le anotó en un papel cómo tenía que tomarlas. Y le adelantó: “es normal que tengas fiebre, diarrea o que vomites. Si es así, volvés por más medicación”.  Le indicó con quien tenía que hablar y qué decir, en caso de tener que volver al hospital por dolores o mucho sangrado. Antes de despedirlo le dijo: “Me llamás por cualquier urgencia”. 

Camino a su casa, le escribió a Yamila: 

– Ya tengo la medicación. 

– ¿Con quién lo vas a tomar? ¿Vas a estar acompañado? ¿Dónde?

– Sí, voy a estar con mi pareja, en su casa. 

Pintada en una pared del centro de Neuquén. Refleja el desdeo de la legalización del aborto voluntario.
Foto: Emiliana Cortona
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Tadeo tenía miedo pero estaba seguro. Se habían preparado: tenían comida, música y flores para fumar. Todo lo ayudaba a bajar la ansiedad. Primero pensó en tomarla al día siguiente, pero no se aguantó. “Listo, la tomo ahora”, dijo. Pero antes comió arroz con verduras, no quería tener la panza vacía. Cerca de las 22 horas, tomó fuerzas, abrió la caja, y tragó la primera dosis de misoprostol. A los 30 minutos, apareció la primera contracción. La reconoció enseguida, pues recordaba su primer parto.

Mirando a la distancia, reconoce que en ese momento, con 16 años, ni siquiera se preguntó si quería o no tenerlo. “Solo apareció y lo tuve”. Su pareja de aquel momento tampoco concebía otra opción. Hoy vive con el padre y Tadeo lo visita tres veces por semana. Ahora, a diferencia de aquella vez, se siente fuerte y con la posibilidad de decidir. 

Con la primera contracción corrió al baño. Él en el inodoro, su pareja en el bidet. En esas dos posiciones pasarán largas horas de la noche. Pujó y salió algo. Yamila y la médica le habían adelantado que eso sucedería, por eso no se asustó. La segunda contracción, le dolió un poco más. Abrió las piernas e intentó ver qué expulsó. Y se juró en ese momento nunca más quedar  embarazado. 

Tomó la segunda dosis y bebió gaseosa. Le dijeron que eso era bueno para que no se le bajara la presión. Escucharon música e intentaron relajarse, pero de inmediato tuvo que correr al baño. Otro coágulo bajó por su cuerpo. Se tomó la temperatura y estaba en los niveles adecuados según le dijo la ginecóloga. Nueva contracción, abrió las piernas y chequeó de nuevo. Transpirado, se frotó las manos en las rodillas y en loop se repitió hasta el cansancio: “Nunca más voy a coger sin forro”. 

Yamila lo acompañó del otro lado del teléfono: 

– ¿Cómo estás?

– Largué un coágulo pero no sé qué es.

– ¿Cómo venís con los dolores? ¿Cuál es la intensidad? ¿Cada cuánto?

Con la última dosis, cerca de las 2 a.m., las contracciones se hicieron más fuertes y más seguidas. Le costaba respirar, pero supo que era propio del esfuerzo físico. Pujó y volvió a salir otro coágulo. Las contracciones, una tras otra, no lo dejaban descansar. Con la última sintió algo más grande. “No falta nada”, se alentó. 

Quiso descansar, se paró como pudo y se acostó en la cama. En algún momento de la mañana, cerca de las 9, cuando el sol entró ya imponente por la ventana, sin darse cuenta, se quedó dormido. 

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A las 3 de la tarde se despertó y se largó a llorar. “Gordo”, levantó la voz para que lo escuche, “ya no tengo más náuseas”. Afuera, el viento fresco de mayo se hacía sentir. Con el cuerpo dolorido, celular en mano y lagañas en los ojos, desde el living de su novio tecleó el mensaje que cinco días antes creyó imposible escribir: 

– ¡Yami, expulsé todo! ¡Estoy aliviado! 

Recordá que si necesitás información, tenés dudas o considerás que tus derechos sexuales o reproductivos han sido vulnerados podés comunicarte al 0800-222-3444 en todo el país.