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Salven a las otras M.

Reportaje: Daniela Carrizo

Ilustración: Amparo Guindon

A un mes de haberse decretado la cuarentena obligatoria en todo el país, en Formosa murió una joven de 22 años por un aborto inseguro. Su familia no pudo anticipar el peligro y tampoco despedirla. 

El domingo 19 de abril, la Policía tocó la puerta de la casa de Susana en Pirané, una ciudad de la provincia de Formosa ubicada a 110 kilómetros de la capital. Atendió su hija Andrea. Dos oficiales le informaron que M., su hermana, estaba internada en el Hospital de la Madre y el Niño de la ciudad de Formosa. Había sufrido un paro cardíaco producto de complicaciones de un aborto realizado en condiciones inseguras. 

Susana –la mamá de M. y Andrea– no estaba en Pirané, hacía pocos meses que se había mudado a Formosa en búsqueda de oportunidades laborales. Salvo Andrea, quien quedó en su ciudad, el resto de la familia la siguió a la capital. “Yo me fui sola primero. Tengo mi marido y tres hijos más. Mi marido es albañil nomás y trabaja independiente. Por la situación me fui, está difícil. Conseguí un trabajo de empleada doméstica en la casa de una chica que se llama Milagro. Y a la tarde en una pastelería. Tenía dos trabajos, trabajaba todo el día”, cuenta. Vivían todos juntos en una casa alquilada, en 8 de Marzo, un barrio conformado principalmente por viviendas sociales entregadas por el Estado: Susana, su marido, sus dos hijos varones, M. y su nieta.

¿Qué pasó con M.?

Hasta que Andrea la llamó para contarle, Susana no sabía nada. Ni que M. estaba en peligro, ni que el trabajo que le habían ofrecido era una mentira. Ni que M. estaba embarazada, ni que había abortado. Se enteró de esta manera y se llenó más de preguntas que de respuestas. 

Hospital de la Madre y el Niño de Formosa.
Foto: Ramón Maldonado
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Susana busca un punto de inicio para hablar de M. y sin proponérselo describe un vínculo de violencia de género en el que su hija estuvo envuelta hasta el último momento. Se remonta a casi dos años atrás:

– Ella estaba estudiando en la Universidad, en Formosa capital, y quedó embarazada. Llorando me cuenta ella que la mamá de él (la pareja de M.) le quería hacer un aborto. Le dije: “No, dejá todo y vení. Te vamos a ayudar a criar el bebé, vení”. Dejó la universidad. Estaba estudiando profesorado de geografía, le iba re bien. Él ya había hecho que abandone enfermería, todo porque no la dejaba de molestar.

M. transitó su primer embarazo en Pirané con la ayuda de Susana, quien ahora se quedó a cargo del cuidado de su nieta. Y si bien el padre de la niña la reconoció con el apellido y –dice Susana– “de vez en cuando” iba a verla, el consejo de ella para M. –contará luego– era que “más vale no le pida nada”, que se arreglaban “como podían”.

– Cuando la bebé nació, él apareció. Justo ese día. No sé si ella le avisó, se ve que lo quería demasiado, no sé. Vino para año nuevo también, ella lo llevó a la terminal. Ahí, parece, quedó embarazada por segunda vez, no sé. Yo no sabía nada. Cuando me mudé a Formosa y pude alquilar, ella fue con la bebé. Se ve que ella le avisó a él, se ve que tenían comunicación. Ahí seguro se planeó todo para hacerle el aborto, a lo mejor ella tenía miedo de contarme a mí porque la bebé era chiquita.

Susana lamenta todo. Que su hija haya tenido que dejar sus estudios, siendo que “fue un esfuerzo muy grande” para toda la familia que ella pudiera ir a la universidad. Que se haya sentido desprotegida porque quien la había dejado embarazada quería obligarla a abortar. Que haya quedado embarazada por segunda vez de la misma persona, que haya abortado en la clandestinidad. Que haya muerto. Que su hija haya estado en peligro. Que ella no lo haya sabido antes. Que cuando lo supo, no pudo hacer nada para salvarla.

“No sé”

La secuencia previa a la llegada de M. al hospital es una cadena de suposiciones y mentiras. Cuenta Susana que unos días antes –no puede definir bien los plazos– su consuegra la llama por teléfono y le dice que le había conseguido un trabajo a M.: “cuidar a una viejita”. Le dijo que era por una sola vez, que cubriría a otra chica y que le iban a pagar bien.

 – Le dije: “No sé Mami, fíjate vos”, me aseguró que le iban a pagar $3000 por ese día y me dijo: “si vos te animas a cuidar a la bebé yo voy”. Estábamos con el tema de la pandemia, yo no estaba yendo a trabajar, entonces le dije que sí, que yo la cuidaba. Y al otro día vino el muchacho a buscarla, a la tarde. Le dijo que lleve ropa cómoda. Yo no… ¡ni ahí que desconfiaba nada! Se ve que ahí la llevaron a hacerle el aborto, no sé. Al otro día recién vino, vino con su suegra y dijo que iba a llevar a la bebé para que esté con la familia del chico. Le dije que bueno, que la lleve así los conoce, yo nunca tuve problemas. Él vino a llevarla, la beba lloraba, no quería ir. Ella algo presentía, no sé. 

Susana le dijo a M. que volvieran temprano porque hacía frío para la bebé y más para andar en la moto, pero era casi medianoche y no volvían. M. no había llevado el celular, entonces, decidió llamar a su consuegra, quien le dijo que su hija estaba durmiendo, que se olvidaron de avisarle, que se iba a quedar. M. volvió con la bebé al día siguiente, entró a la casa, colocó a su niña en los brazos de Susana y siguió hasta su habitación. “La señora quiere hablar con vos”, llegó a decirle. Casi no se miraron. Cuenta Susana que su otro hijo la vio muy pálida.

Cuando salió a hablar con “la señora”, quien había asumido el papel de interlocutora entre la madre y la hija con la excusa del trabajo, ésta le dijo que el puesto quedaría fijo para M. porque se habían encariñado con ella ¡y en tan poco tiempo!, que no se preocupe porque sería de día y además, le pagarían bien. “La señora me entró bien”, dice Susana.  

 – Mi hija sale, se sube al auto de “la señora” y se va. Me dejó a la bebé. No la vi más. Cuando la vi ya estaba en el hospital. 

“Era todo mentira”

Cuando a Susana le llega la noticia, lo primero que hace es llamar a su consuegra. “Era el único contacto, porque yo no sabía ni dónde trabajaba mi hija”, explica. Le pregunta qué pasó y la mujer simula no saber nada, le pide que la busque para ir juntas al hospital y ésta accede. 

 – Subimos al auto sólo mi marido y yo, “la señora” estaba pálida. Me dijo que quería hablar con nosotros dos. Tenía la cartera de mi hija y su ropa en el auto. Yo pregunté qué había pasado. “Yo le quería contar que M. tuvo un aborto”, ahí recién me empezó a contar. Me dijo que era mentira lo del trabajo. Toda la culpa le echaba a mi hija, que mi hija quería que me mienta, que mi hija esto, que mi hija lo otro. Como ella no estaba para defenderse… 

Susana no podía creer, “la señora” le iba contando, mientras conducía, su versión de los hechos sin muchos detalles y culpabilizando a M. por todo. “¿Cómo, un aborto?”, preguntó al captar algunas de las cosas que le decía. Hasta ahí tampoco había entendido por qué su hija estaba internada en el Hospital de la Madre y el Niño y no en el Hospital de la zona donde ellos vivían.

“Se ve que ella estaba embarazada, se ve que se provocó el aborto”, fueron las palabras de la consuegra. 

 – Cuando me dijo eso, reaccioné: ¡No, señora, cómo va a decir eso si ella no salía de la casa, de dónde iba a sacar esa idea de hacerse un aborto si ella estaba con su bebé todo el día ahí!

M. habría llegado a la emergencia del Hospital Distrital 8, ubicado en el Circuito Cinco de la ciudad, la zona donde todos ellos vivían, el domingo a la madrugada. La tarde anterior, su pareja había pasado rápidamente por la casa de Susana para llevarle plata: “Le manda M, un adelanto”, había explicado. Susana analiza ahora que las “buenas” noticias del supuesto trabajo venían cuando las cosas se iban complicando. 

En Formosa al menos 2 mujeres mueren a causa de un aborto inseguro por año, según datos de la DEIS.

Una de las versiones que le contaron a Susana sobre cómo llegó al hospital su hija es que alguien la dejó en el acceso, ella entró sola, pidió ayuda, llegó a dar sus datos y se desvaneció muy cerca de la puerta de entrada. “Yo creo que es verdad –dice– porque ella estaba muy mal”. Le habían practicado un aborto en condiciones inseguras que le generó una infección. Por eso la trasladaron al Hospital de la Madre y el Niño, que es donde estaba internada cuando le avisaron a Susana. Ella no sabe cuántos meses de gestación llevaba M., cree que tres, aunque “no se le notaba nada porque ella era flaquita”. Los médicos no sabían cómo había sido el aborto, no habían encontrado restos de medicamentos pero sí le dijeron cuántos días de infección llevaba: ocho.

 – Mi hija tenía como ocho días de infección en su vientre. La doctora me dijo que cuando quiso agarrar el útero de mi hija se le desarmaba en la mano. Estaba todo podrido, digamos. Y sus órganos estaban lilas. ¿Cómo van a dejar una infección en una persona tanto tiempo? Yo creo que ni voluntad para decidir tenía mi hija… a mi hija la mataron.

Ambulancia saliendo del Hospital Distrital Nº8 ubicado en el Circuito 5 de la Ciudad
Foto: Daniela Carrizo
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A M. le tuvieron que sacar el útero y en plena cirugía sufrió un paro cardíaco. Luchó por su vida durante cuatro días, mientras su familia esperaba un milagro. Llegó a sufrir cuatro paros en total, o cinco, Susana no sabe bien porque no tuvo acceso a la historia clínica. El último se dio mientras la trasladaban al Hospital de Alta Complejidad (HAC) donde falleció el 27 de abril. “Shock Respiratorio. Aborto Séptico”, describió el informe médico sobre las razones de su muerte. 

Clandestino, pandémico y sin funeral

El contexto de la pandemia hizo todo más difícil. Formosa seguía en Fase 1 de aislamiento preventivo y obligatorio y conseguir transporte era una osadía. Susana sabía que en cualquier momento los podían llamar del hospital pero no sería una buena noticia. Vivieron con ansiedad. Los horarios de visita estaban restringidos y en la sala de espera no se podían quedar, tampoco afuera del hospital, hacía frío. La dueña de la casa donde trabajaba Susana les consiguió un lugar donde quedarse cerca del hospital y fue una compañía importante para ella.

Cuando le avisaron que la trasladarían al Hospital de Alta Complejidad (HAC), el nosocomio con el mejor equipamiento de la región, sintió un hilo de esperanza aunque sabía que “era un riesgo”. Cuando llegó con su familia al lugar, la noticia que la esperaba fue la peor.

 – Salió el doctor y me dijo que le dio otro paro cardíaco, que iban a hacer lo posible para que vuelva. Al rato salieron a avisarme que no. Mi marido y mi hijo tenían ganas de todo. Yo los calmaba porque quedamos con la bebé. Había que pensar en ella y que haga la Justicia lo que tenga que hacer. 

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Antes de viajar a Pirané, Susana y su marido denunciaron a su consuegra por la muerte de su hija en la Comisaría. Hay una causa abierta pero el abogado que intenta ayudar a Susana dijo que la información del expediente es casi nula y que ni siquiera puede constituirse como querellante particular porque, por el coronavirus, el Juzgado estaba paralizado. 

Por el contexto de la COVID-19, tampoco hubo velatorio y menos en la casa de Susana, como su familia hubiese querido y como es costumbre en el interior de la provincia.

 – La Policía nos llevó en ambulancia a mi marido y a mí con mi hija. Pero nos dijeron que no podíamos hacer velatorio, que teníamos que llevarla al cementerio. No la velamos. Fue horrible.

El dolor se potenció por culpa de la pandemia y además, por la suma de otras violencias: cuando M. falleció, la noticia se replicó rápidamente. Susana no sabe cómo fue que los medios de comunicación supieron el nombre de su hija y mucho menos, los hechos, que ni ella los tenía en claro. Susana no había autorizado que se use su nombre real, dice que nadie le había preguntado. 

M. tenía una grave infección cuando la internaron. Luchó pero no aguantó. Murió sola, no pudieron despedirla.
Foto: Daniela Carrizo
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Para Susana, lo que pasó con su hija fue tan sorpresivo como la pandemia para el mundo. No la vio venir, hizo lo que pudo para pararlo y ahora vive en la resistencia de cada día. Una de las últimas imágenes que tiene de M. es de cuando estaba internada, llena de tubos. Le habían sacado el útero y una infección en los órganos que le había generado un aborto casero, inseguro y clandestino, la estaba matando. Pero M. no fue la única. Al menos cuatro mujeres murieron en Argentina desde el aislamiento, tal vez fueron más, la cifra es indefinida. 

Según un informe de Human Rights Watch (2020)  (HRW), Argentina no hace un seguimiento sistemático del número de abortos, legales o no, que se practican cada año y las estadísticas disponibles solo ofrecen una perspectiva parcial. Los últimos datos publicados por la Dirección Nacional de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) datan que, en el país, se dan 39.025 internaciones por aborto al año: gran parte de este número corresponde a abortos inseguros. En Formosa hay por año más de 1200 y al menos 2 mujeres mueren a causa de un aborto inseguro, según datos oficiales del 2018.

Las cifras tampoco son seguras: el informe de HRW indica que los datos públicos ofrecen una estimación de la incidencia del aborto que es muy inferior a la real, ya que sólo se toman los casos que llegan a hospitales públicos aunque, muchas veces, las muertes de mujeres o varones trans luego de un aborto inseguro se cuentan como muertes por otras causas obstétricas, como infecciones generalizadas o hemorragias. 

Aborto legal para vivir

Susana dice que si hubiese podido hablar con M le hubiese aconsejado que continuara con su embarazo, pero no duda en que el aborto seguro y gratuito debe ser legal en la Argentina porque la legalidad y la salud pública salvan vidas.

Me parece bien que el aborto sea legal porque si no van a seguir muriendo chicas, así, como mi hija. Creería que si no quieren tener el hijo, pueden hacer (el aborto) cuando no haya riesgo. Aparte, si lo hacen los doctores tienen todo para saber cómo están, pueden controlar el corazón. No es lo mismo que ir a alguien, que te haga cualquier cosa, vaya a saber cómo, que te pongan en riesgo y te maten. Además, si las mujeres mueren, sus familias quedan así, como yo, sin hija y con una bebé, cortada de brazos porque no puedo trabajar, debo cuidarla. 

Uno de los efectos que generó el debate por la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en el 2018 fue, justamente, que se hable del aborto. En Formosa llegó a realizarse un conversatorio por el Aborto Legal en la Plaza San Martín en reclamo de más derechos y menos condenas, más condiciones de salud y menos clandestinidad. Al año siguiente se realizó un Foro de Centros de Estudiantes Secundarios en la capital, con jóvenes de todo el país. Allí, la aplicación de la Educación Sexual Integral en las escuelas fue uno de los reclamos más imponentes y el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito fue insignia. Al tiempo, ante la falta de decisión política para cuidar la salud de las mujeres, llegó a organizarse una red de Socorristas –activistas feministas organizadas para acompañar a mujeres que desean abortar– en la ciudad. 

El escenario social actual en Formosa puede sonar alentador pero no basta. La información no llega a todos lados y la educación sexual integral sigue siendo insuficiente, sobre todo en las escuelas del interior provincial, pese a que Formosa está adherida por resolución ministerial 2481/13 a la Ley Nacional 26150 de Educación Sexual Integral. Como muestra, una iniciativa: en octubre de este año, alumnos de una escuela secundaria de la localidad de Pirané realizaron un encuentro virtual sobre Educación Sexual Integral porque no es algo de lo que se hable, porque es algo que falta y más en pandemia.  

Hay que decirlo: con educación sexual es como se previenen los embarazos no intencionales y Formosa es una de las provincias con la proporción de nacimientos producto de embarazos en adolescentes más altas del país. Según el informe de Estadísticas de los hechos vitales de la población adolescente en la Argentina de UNICEF (2018), la proporción de nacimientos de niñas y niños de madres adolescentes de Formosa (21,7%) es más elevada que el promedio nacional (13,6%).

“Yo creo que ni voluntad para decidir tenía mi hija… a mi hija la mataron”

Libertad para expresar

Lo que más lamenta Susana es que su hija no haya podido hablar. Se pregunta qué la llevó a tomar esa decisión en silencio. Se pregunta si estaba pasando por un momento difícil, si tenía miedo, si se sentía presionada, desprotegida. Tal vez no la quiso preocupar, tal vez pensó que suficiente ya tenía Susana con sus dos trabajos y los quehaceres de la casa. Tal vez la obligaron y no lo pudo frenar. Tal vez no lo quería tener, tal vez sí pero no sabía cómo contar la verdad. Todas son conjeturas que no tiene mucho sentido resolver, no vale la pena buscar un porqué porque hay una sola verdad: los abortos existen y mientras no sean legales, las mujeres que mueran por un aborto en condiciones inseguras serán víctimas de los asesinatos del Estado, porque en lugar de protegerlas, decidió no garantizarles el acceso a la salud pública. 

M. no pudo decir que no al aborto inseguro ni pudo pedir ayuda a tiempo. La clandestinidad opera así, con el miedo y con el silencio. Sacar al aborto de la clandestinidad permitiría que quienes pasen por una situación parecida puedan consultar, sientan la libertad de decir lo que les pasa, tengan más información sobre las opciones y que si, finalmente, deciden abortar, lo hagan en condiciones seguras y cuiden su salud, su vida. La muerte de M. pudo haberse evitado. 

Recordá que si necesitás información, tenés dudas o considerás que tus derechos sexuales o reproductivos han sido vulnerados podés comunicarte al 0800-222-3444 en todo el país.