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Reportaje: María Fernanda Rossi
Ilustración: Amparo Guindon
El embarazo de Belén se detuvo de forma natural e inesperada. La soledad de la pandemia y la sombra de la clandestinidad fueron su compañía en el proceso.
A veces se le escapa la tonada. Tiene allá en el fondo un acento cuyano heredado, que delata el origen de su familia. Pero es fueguina, después de diez años en la provincia tal vez todos se convierten automáticamente.
Si uno piensa en Belén, es fácil asociarlo con la famosa escena del nacimiento. En el adorno más grande o más chico de la casa de la infancia. Belén es el lugar, según las descripciones de la Biblia, donde se ubicaba el pesebre en el cual nació Jesús de Nazaret, y que los cristianos acostumbran a recrear a través de diversas composiciones decorativas a lo largo del mes de diciembre.
Según el evangelio de Lucas, Jesús nació en Belén, ciudad que en ese entonces se encontraba bajo el mando de César Augusto, emperador romano, quien dictó una orden para realizar un censo en el que todas las personas debían registrarse.
Por tanto, San José y su esposa, que estaba embarazada, se trasladaron de la ciudad de Nazaret hasta la ciudad de David, Bethlehem (conocida como Belén en español), para inscribirse, ya que José era descendiente de David.
Sin embargo, en la noche del viaje María dio a luz a su hijo en un pesebre, al no encontrar lugar para ellos en una posada. Tras este hecho, Belén se convirtió en un lugar importante y trascendental en el cristianismo.
Nuestra Belén tiene 35 años. Hace dos que Hugo es su compañero. Creció en Río Grande y, como tantos, estudió lejos y volvió al pago para desarrollarse profesionalmente. Belén es divertida, fresca. Cuenta su historia conmovida, la emoción se escucha en primer plano cuando abre la boca. Su cabeza enrulada y los anteojos que usa desde hace tanto que ni se acuerda, son su carta de presentación.
Alta y delgada, Belén tiene una presencia única. Sostiene su relato avisando que en cualquier momento va a llorar. Pero no llora. Ni al inicio de la entrevista, ni al finalizar el encuentro. A lo largo de los minutos aumenta su enojo, su frustración, su reflexión sobre lo que pasa en el cuerpo de las personas gestantes.
Belén quedó embarazada en los primeros meses de la pandemia de COVID-19 que azota al mundo. Dice, con aquella voz quebrada, pero con total seguridad, que hubiera tomado otras decisiones y hubieran sido otros los tiempos de no haber sido la protagonista de una historia en cuarentena.
En primer lugar, asegura que hubiera esperado “los famosos tres meses” para dar a conocer la noticia – principalmente “para asegurarnos de que iba todo bien”–, pero el embarazo al inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio la convertía automáticamente en paciente de riesgo, “así que se lo tuve que comunicar a mi empleador y con esa acción ya sabíamos que contarle a nuestra familia y amigos era casi obligatorio”.
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De acuerdo al informe de estimaciones y proyecciones de población que elabora el Instituto Nacional de Estadística y Censos, al 1 de julio de este año la provincia de Tierra del Fuego cuenta con 173.432 habitantes, de los cuales 95.889 viven en el departamento Río Grande (que incluye a Tolhuin); 77.260 en el departamento Ushuaia y 283 en el departamento Antártida.
Del total estimado de habitantes, 88.412 son varones y 85.020 mujeres.
“Pueblo Chico”, argumenta. “Acá nos conocemos todos, era decirlo en el trabajo y que al rato ya lo supiera todo el mundo, así que decidimos hacerlo nosotros y de a poco le fuimos anunciando el embarazo a nuestros seres queridos”, confió Belén.
En comparación con los resultados que arrojó el censo 2010, la población fueguina se incrementó en 46.227 personas en una década, es decir que creció en un 36%.
Durante estos últimos 10 años, la cantidad de habitantes del departamento Río Grande pasó de 70.042 a 95.889, una diferencia de 25.847 personas más (37%). En tanto en el departamento Ushuaia se pasó de 56.956 a 77.260 personas, lo que marca un aumento de 20.304 personas (35,6%).
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Por negra, por pobre,
por puta y mujer
Por ser amenaza
para esta ceocracia
Toda esta miseria
No puede durar
Si late el deseo
De vivir en paz*
Belén es licenciada en Relaciones Humanas. Como es curiosa, inquieta y no descansa, actualmente también es estudiante de Sociología en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego.
El día antes de enterarse de que estaba embarazada había perdido a su abuela y, por sus dolores habituales en el ciático, había recibido un analgésico inyectable. Estos factores se señalaron después, cuando la historia empezó a estar llena de preguntas.
No lo creyó cuando vio las dos rayitas: “no estábamos buscando, pero nos habíamos dejado de cuidar”, relata. No alcanzó con una prueba casera y decidieron volver a constatar el resultado con otro stick. Otra vez las dos rayitas.
Su obstetra, que también estaba cursando un embarazo en mayo de 2020, había decidido no hacer consultorio para resguardar su salud en el contexto de la pandemia. Belén buscó un reemplazo urgente. El primer intento fue fallido. El médico al que acudió había dejado de dedicarse a la obstetricia y solo llevaba adelante atención ginecológica. No obstante, le dio una serie de análisis y la orden para la primera ecografía. Mientras tanto, abrió la cartilla médica y sacó turno con los dos profesionales que figuraban en el listado que ofrecía su obra social.
“Si bien soy grande y tengo cierto nivel de conocimiento, tener que entrar sola a la clínica, que le prohíban el ingreso a mi compañero y no poder tener su apoyo en ese momento fue bastante feo”. El centro de salud privado había adoptado una serie de medidas de seguridad sanitaria, entre las que se encontraba la prohibición de acompañantes a las consultas médicas.
Hugo tuvo que aguantar. Esperar afuera. Resolver sus incertidumbres a la distancia.
Finalmente, Belén pudo tener la primera consulta obstétrica luego de una ecografía que le había generado inquietudes. Aquel estudio por imágenes no había revelado ningún latido. Como el estado de la gestación era demasiado breve, sabía que era probable que algo así sucediera, pero eso no evitó la preocupación y la consiguiente consulta al profesional que la atendía.
“Sos grande, tenés que entender lo que te estoy explicando”, la inquirió el médico sin darle más relevancia a las preocupaciones que presentaba.
La soledad del consultorio, la frialdad del médico y la angustia de lo incierto impulsaron en Belén un cambio urgente. Buscó referencias hasta que encontró una médica que se puso al frente de la situación y lo primero que hizo fue permitir la presencia del compañero de la paciente durante las consultas.
“Se metió clandestinamente con ayuda de la doctora”, recuerda Belén sobre el ingreso de Hugo al consultorio médico. Había que esquivar a la COVID-19, pero también a la deshumanización, la frialdad y la angustia.
Por un pasillo poco visto, por una puerta lateral, como un ladrón que se escabulle en el medio de la noche, Hugo sorteó, con ayuda de la médica, los obstáculos de una carrera que recién estaba empezando.
Ese lunes de mayo, Belén se levantó con pérdidas. “Decidí quedarme en la cama y ver cómo seguía, pero las pérdidas no paraban. El martes llamé a la doctora y nos mandó a hacer una eco urgente”. El apuro por resolver la situación y una obra social que demoró los pasos de la autorización de un estudio que necesitaba hacerse rápido, hicieron que tomaran la decisión de echar mano a sus recursos y pagar la ecografía de manera privada.
Las urgencias demasiadas veces se resuelven para pocos. Sin un ahorro escondido o la capacidad económica de enfrentarse a lo decididamente evitable, no hay protesta, apuro o angustia que ayude cuando el miedo apremia.
“En la ecografía transvaginal se veía que estaba el embrión y que había crecido un hematoma. Había dos posibilidades: progreso o pérdida. Así nomás”, repasa Belén. “La hemorragia no paró. Diez días después de incorporar la progesterona, debíamos ir a la ecografía de control”.
Fueron 10 días de soledad acompañada. Los afectos se turnaron para que Belén no estuviera sola, pero al final del día era la que ponía el cuerpo. Su mamá, amigos y amigas, su pareja, no la dejaron ni a sol ni a sombra, aunque nada impidió que fuera su físico, su mente y su estado de ánimo el que tuviera que enfrentarse a solas con la incertidumbre.
Pasó el tiempo requerido y “doblada de dolor” se presentó al estudio que resolvería cómo se seguía con el embarazo. O si se terminaba. “No había latido. No había más nada que hacer”, dice con un dejo de lamento.
A partir de ahí se presentaron las ofertas: “ir al quirófano, que mi médica no lo recomendaba, y acudir a una intervención medicamentosa en consultorio”. Es decir, terminar el proceso con misoprostol.
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Lenguas insurrectas
Cuerpos castigados
Vivas y furiosas
Contra el patriarcado*
La ONG Socorristas en Red publica en su página web que el misoprostol es un medicamento que produce contracciones uterinas y por ello se usa para provocar el aborto.
Permite a las mujeres y a todas las personas con capacidad de interrumpir un embarazo realizarse un aborto seguro en sus casas, preferentemente hasta las 12 semanas de gestación.
Según la Federación Latinoamericana de Sociedades de Obstetricia y Ginecología (FLASOG), la efectividad del Misoprostol para la interrupción de gestaciones de menos de doce semanas oscila entre el 65 y el 90%, según la vía de administración, el esquema de la dosis y la edad gestacional.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó el misoprostol entre sus medicamentos esenciales, ya que está comprobado que su uso aumenta la seguridad y reduce riesgos en prácticas de aborto auto-inducidos, en particular en países donde el aborto es ilegal.
Según la página de Socorristas en Red, actualmente se utiliza con mucha frecuencia en África, Latinoamérica y el Caribe.
Su nombre comercial varía según los países de procedencia y puede encontrarse como Oxaprost, Misop, Cytotec, Citotec, Arthrotec, Cyprostol, Misotrol, Misotac.
“Es complicado tener un número porque la verdad es que tratamos siempre de buscar una alternativa, explican desde la seccional Socorro Peste Rosa, que articula acompañamientos de interrupciones de embarazos en Tierra del Fuego sobre las dificultades del acceso al Misoprostol.
Socorro Peste Rosa es una organización de activistas trans feministas que participa activamente de la Red Nacional de Socorristas. “Parte de nuestra tarea es brindar información sobre medicación para abortar según los protocolos de la Organización Mundial de la Salud. Damos información sobre cómo acceder a una interrupción del embarazo y acompañamos los procesos de aborto”, explica Agustina, una de las integrantes de la organización.
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“Cuando la médica nos dijo que iba a hacer la intervención medicamentosa, le preguntamos cómo podíamos adquirir las drogas que necesitábamos, pero nos respondió que no nos iba a hacer comprarla, que ella lo iba a resolver”, recuerda Belén.
Según Carolina Scandroglio, la médica a cargo del Consultorio ILE en Tierra del Fuego, en la provincia no hubo complicaciones añadidas a raíz de la pandemia “ya que la provincia contaba con stock antes de la COVID-19 y el programa nacional garantizó la distribución del misoprostol”. Las dificultades en el acceso a la medicación se dan por otros motivos.
La médica obstetra Valeria García (el nombre fue modificado para proteger la identidad de la profesional), quien se desempeña en el sector privado, explicó que la dificultad en conseguir la droga no radica en la cantidad de cajas que haya guardadas, sino en las trabas para acceder al producto. “He tenido otros casos de abortos espontáneos y fueron las mismas prepagas u obras sociales las que no autorizaban el procedimiento y nos hacían ir al quirófano”.
Entre ambos procedimientos no solo hay grandes diferencias económicas, ya que la resolución en consultorio de manera medicamentosa es mucho más accesible, sino que esta forma es también más segura y menos invasiva para la paciente. “Pero aún así prefieren que las mujeres se sometan a una intervención quirúrgica a autorizar la compra de Misoprostol que en este caso, encima, es absolutamente legal”.
Finalmente, en el consultorio, la obstetra aplicó la droga por vía vaginal. “Toda la situación fue muy rara”, dice Belén.
En su escritorio, la médica guardaba diversas muestras: pastillas anticonceptivas, analgésicos, drogas de diferente índole, pero no fue allí donde buscó el medicamento que usaría para llevar adelante la intervención. Buscó sus pertenencias personales y de su propia cartera sacó un paquete envuelto en un papel. Nunca nombró la droga, solo le dijo a Belén que el procedimiento sería vía vaginal.
Fue la paciente, incesante activista por los derechos sexuales y reproductivos, la que puso en palabras lo que necesitaba. “¿Es Misoprostol?”. La respuesta fue un lacónico “sí” y no se tocó más el tema.
“Pensé que en una noche lo largaba”, explica Belén sobre el proceso que apenas comenzaba. Dos días después tuvieron que volver al consultorio para una segunda aplicación de la droga.
“Mi embarazo se había detenido de forma natural, el procedimiento me correspondía y era la opción más recomendada por mi doctora, pero así y todo la sensación de clandestinidad fue tremenda”, se lamenta.
El halo secreto que cubría un procedimiento legal y permitido, un medicamento en una cartera sacado como de un escondite, la dificultad de acceder a una droga que está avalada para llevar a cabo un proceso de finalización de un embarazo, distanciaban a Belén de la Belén de la biblia. No era el lugar sagrado del nacimiento.
“Me enfrenté a dolores que no sabía que podía tolerar”, rememora.
Ese bagaje personal le hace pensar en lo que le está ocurriendo a nivel físico. “Agradecí mucho estar en mi casa, en un lugar limpio, con la asistencia de mi compañero y la comunicación permanente de la obstetra, pero sé que no siempre es así”.
Le hizo pensar en lo que es enfrentarse a esos dolores, a esa incertidumbre, sin recursos y en la desesperación de acceder a la interrupción del embarazo sí o sí. “Es muy doloroso pensar en las mujeres que tienen que optar por someterse a un procedimiento de manera ilegal, sin cuidados, sin asistencia, con el miedo no solamente por lo que pasa físicamente, sino sabiendo que si hay cualquier complicación no se puede recurrir a ningún lado”.
La escena era dantesca. Con la obligatoriedad de sentarse en el bidé porque era necesario rescatar el embrión para llevarlo a analizar y así poder rastrear las causas del aborto espontáneo, todo era rojo. “Pensé que me desangraba”, resume. El dolor punzante, constante, inabarcable, la llevó una y otra vez a las personas gestantes que no tienen más remedio que enfrentarse a ese fantasma estando solas. Y con miedo.
Finalmente expulsó el embrión. Lo puso en el recipiente recomendado, lo apoyó sobre la fría porcelana del baño y solo pidió “que no lo vea Hugo”.
Había pasado por un océano de dolor, se enfrentó a un terreno desconocido e hiriente, perdió sangre e ilusiones, pero no pudo abandonar el rol de cuidadora. Desde el amor y el convencimiento, a pesar de haber atravesado una de las experiencias más fuertes de su vida, Belén pensó en Hugo. Y en sus privilegios.
A tanto cipayo
Rey de la pantalla
Decimos que estamos
En plena batalla
Sabemos que es menos
Con capa y espada
Que armando trincheras
Con esta manada.
*Sudor Marika y Tita Print: Vivas y furiosas.